viernes, 11 de mayo de 2007

Cuentos tradicionales japoneses: Issunbôshi - 日本の昔話・ 一寸法師



Hace mucho tiempo vivían en un lejano lugar un viejecito y una viejecita. Nunca habían podido tener hijos y por eso se sentían muy tristes, por lo que un día decidieron pedirle a los dioses que les concedieran un niño.


"Aunque no sea más grande que un dedo estaríamos contentos", decían.

Los dioses accedieron a cumplir su deseo y concedieron a los dos ancianos un bebé tan alto como un dedo. El viejecito y la viejecita se pusieron muy contentos de tener por fin un niño, después de haber esperado tanto tiempo. Como era un niño muy chiquitito y pequeño, le llamaron "Issunbôshi
一寸法師 ", que quiere decir "pequeñito", y le cuidaron con mucho cariño.

Pasaron los años, pero
Issunbôshi no crecía. A los tres años de edad, a los cinco, a los diez, siempre tenía la misma talla que el día en que nació, es decir, la talla de un dedo. Sus padres se preocupaban mucho por esto, le hinchaban de comida e hicieron todo lo posible para que creciera, pero sin que nada diera resultado. El niño no crecía ni un milímetro. Era tan pequeño, que no podía ayudar a la viejecita en la casa, y al salir al campo con el anciano, Issunbôshi tampoco podía apenas ayudarle y no podía llevar más que una brizna de hierba. El niño cantaba y bailaba muy bien, pero no podía ayudar a sus padres y esto le hacía sentirse muy decepcionado. Además, los demás niños del pueblo se burlaban de él, llamándole "enanito".

Todo esto le hizo sentirse muy triste, así que Issunbôshi decidió ir a la capital para buscar un empleo. Sus padres se apenaron mucho, pero le dieron un cuenco de sopa, un palillo de comer y una aguja, y le dejaron marchar, deseándole buena suerte.
Issunbôshi se puso el cuenco como gorro, la aguja se la prendió en la cintura a modo de espada, y utilizando el palillo como bastón para caminar, emprendió su camino.

La capital quedaba muy lejos, y por mucho que caminaba,
Issunbôshi no sabía cómo llegar hasta ella. A mitad del camino se encontró con una hormiga, a la que preguntó cómo de lejos estaba aún la ciudad. La hormiga le contestó:

"Camina por entre los dientes de león, cruza el campo de girasoles y sigue hasta el río".

Issunboshi le dio las gracias a la hormiga y caminó por entre los dientes de león, cruzó el campo de girasoles, y llegó hasta el río. Allí se embarcó, utilizando el cuenco como barca y el palillo como remo. Tras navegar por el río durante largo rato, llegó hasta un puente grande sobre el cual había mucha gente. Al ver esta multitud,
Issunbôshi pensó que había llegado a la capital, así que se bajó de su improvisada barca.

La capital era muy grande y estaba llena de gente. Todo el mundo allí iba con prisas y parecía estar muy ocupado. Para el diminuto
Issunbôshi , era un sitio peligroso, ya que en cualquier momento alguien podía pisarle sin darse cuenta. El muchachito pensó que debía andar con mucho cuidado y que lo mejor era evitar las calles más transitadas y caminar por los rincones más tranquilos de la ciudad. Mientras paseaba, dio con una casa grande, en la cual residía un rico y poderoso señor.

Issunbôshi llamó a la puerta:

"¿Hay alguien, por favor?"

Un hombre se asomó, pero no vio al pequeño Issunbôshi y creyó que no había nadie, por lo que volvió a entrar en la casa.

"Qué raro, creí que había llamado alguien, pero no hay nadie"

Issunbôshi llamó de nuevo, y cuando el hombre volvió a asomarse, le gritó:

"¡Estoy aquí, junto a las sandalias!"

El hombre miró al suelo, hacia las sandalias, y por fin vio a Issunbôshi. Se quedó muy sorprendido, porque jamás antes había visto a alguien tan pequeño. El hombre se agachó, recogió a
Issunbôshi y le puso sobre la palma de la mano, mirándole con gran interés. Al final le llevó a los aposentos de la princesa. Allí, Issunbôshi cantó y bailó como sabía, con tanta gracia y talento que despertó la admiración de todos. En particular, a la princesa le cayó tan bien aquel extraño muchacho no mayor que un dedo, que decidió mantenerle siempre con ella.

Issunbôshi vivió largo tiempo en la gran casa del señor, como sirviente de la princesa. Se encargaba, entre muchas otras tareas, de pasarle las páginas cuando ella leía, y de prepararle la tinta para que ella pudiera practicar la caligrafía. Al mismo tiempo, empleaba sus ratos libres en practicar la esgrima usando su aguja como espada. Issunbôshi siempre permanecía al lado de la princesa y ella nunca se olvidaba de llevarle consigo durante sus paseos.

Cierto día, la princesa salió de casa con Issunbôshi para visitar el templo Kiyomizu. En el camino de regreso, un "oni" la atacó y trató de secuestrarla. Issunboshi intervino, exclamando en voz alta:

"¡Déjala en paz, ogro! Yo, Issunbôshi, estoy aquí, y no permitiré que le hagas nada a la princesa. ¡Defiéndete, malvado!"

El ogro se burló al ver al pequeñito Issunbôshi plantándole cara:

"¡No me digas! ¿Qué me vas a hacer tú, enanito? ¿Vas a morderme en el tobillo?"

Y tras decir esto, el ogro atrapó a Issunbôshi entre sus enormes manazas... ¡y se lo tragó!

Pero
Issunbôshi era muy valiente. Al llegar al estómago del ogro, le clavó su aguja una y otra vez, y siguió clavándosela con todas sus fuerzas mientras trepaba por su garganta. El ogro se retorcía de dolor y daba grandes gritos. Issunbôshi no paró de pincharle hasta que al final logró saltar al exterior por la nariz del ogro, que huyó corriendo.

En su huida, el ogro había dejado caer un extraño objeto, que la princesa se apresuró a recoger.

"Esto es un martillo mágico", le explicó la princesa a Issunbôshi, "con solamente sacudirlo se te concederá cualquier deseo que tengas. En agradecimiento por haberme salvado te voy a conceder un deseo con él, pídeme lo que quieras."

Y el pequeñito
Issunbôshi, no mayor que un dedo, contestó inmediatamente:

"Mi deseo es ser grande".

La princesa sacudió el martillo mágico diciendo:

"Grande, grande, que el pequeñito Issunboshi se haga más grande".

Y acto seguido
Issunbôshi empezó a crecer y a crecer, y al cabo de poco tiempo, ya no era un diminuto muchacho del tamaño de un dedo el que estaba enfrente de la princesa, sino un joven alto y apuesto.

Al volver a casa, la princesa le explicó a su padre, el gran señor, lo sucedido, el encuentro con el malvado ogro, la intervención de
Issunbôshi y su mágica transfrormación. El señor, agradecido, concedió a Issunbôshi la mano de su hija y le dio permiso para que trajera a vivir con ellos a sus ancianos padres. El anciano y la anciana se trasladaron a la capital y todos juntos vivieron felices.

(fuente: "Antiguos cuentos del Japón" - LibroDot.com )

Notas:

  • 一寸法師 Issunbôshi significa en japonés "enano" (literalmente, "bonzo diminuto"). El nombre del personaje del presente cuento equivale muy aproximadamente a "Pulgarcito".
  • El templo Kiyomizu (Kiyomizu-dera 清水寺) se encuentra en la ciudad de Kioto, que fue la capital japonesa hasta su traslado a Edo (actual Tokio) en 1868 .

10 Comments:

Zanthia Khalá dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah :D me gusta el cuento!! es encantador! ^^ que princesa más maja y que valiente el Issunbôshi :D así me gusta, Katsu; que nos deleites continuamente! como sabes lo que queremos tus fan *-*
(Un hijo tuyooo! XD (vale,esto era una coña))

Deka Black dijo...

Pues es divertido, desde luego, pero se me hace raro que termine bien. Eso si, solo por la escena de Issunboshi pinchando por dentro al oni merece la pena, que jartá de reir me he pegado. Y desde luego el Oni si que debia de estar dolorido, aunque... ¿Y si en realidad era un kami que queria recompensarle y por esose "olvidó" el martillo magico que concedia deseos? :P

Anónimo dijo...

que maja la princesa, se queda con el martillo que se deja el ogro que él habia derrotado, y a él le concede *uno* de sus infinitos deseos XD (menos mal que luego acaba bien la cosa, supongo que compartirian el martillo XD)

Shinnee dijo...

Uaaa, pulgarcito con final disney!!

De verdad que es increible ver cómo se repite el argumento de los cuentos de forma más o menos parecida en infinidad de lugares del mundo.

Muchas gracias por el cuento ^^

Axajon dijo...

Vaya final mas convencional... Hubiera preferido que hubiesen terminado los tortolitos en una marmita bien sazonados y condimentados por el oni ese.
En fin...es lo que hay.

Anónimo dijo...

Wii ya conocía este cuento, lo tenía en una colección que se llama "Biblioteca fantástica". Ta curioso sí, lo que dice Shinnee, de que los cuentos se van transmitiendo de sitio a sitio y cambiando sutilmente pero manteniendo su esencia ^^

Aighash y Moreloth dijo...

A mi de hecho me extraña q no acaben hervidos o muertos por algo, o condenados a algo, o transformados en árbol/escarabajo/caca-de-perro. Es muy bonita la historia, sigue poniendo cuentos plis ^^.

(Aighash)

Iris dijo...

Sí, está muy bonito, pero debe ser que en occidente somos más crueles, porque el que yo leí occidental acaba mal, como la mayoría de los cuentos occidentales. La verdad es que lo prefiero, así no es tan happy happy vivo en el mundo de yupi... XDDD

Shirayuki Hanami dijo...

Que potitooooo ^_^ Y que majete el Issunbôshi ahí defendiendo a la princesa cual guerrero aguerrido...


A mi lo único que no me ha quedado claro es de qué tamaño era el tazón de sopa... porque si el chaval no era más alto que un dedo (vamos a pensar en el dedo crazón, que es el más largo), a mí un cuenco normal me parece un poco grande para ponérselo de casco...

Y luego llega al río y navega con él... ergo:

a) El cuenco era en realidad un cuenco mágico al estilo de los chapines de rubíes o el anillo único que cambia de tamaño con el usuario y la situación

b) El pobre Issunbôshi, además de bajito, era enormemente cabezón, y no he podido dejar de imaginarme el resto del cuento con Calimero... :P

Deka Black dijo...

Hanami, pero a Issunboshi le querian1 Y Calimero era un llorón!

 

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