domingo, 8 de septiembre de 2013

Crónicas japonesas, parte 2: Recorriendo Tokio

Viernes, 2 de agosto de 2013.

Tras un interminable viaje, por fin Laura y yo estamos recién instalados en nuestra habitación del hotel Asia Kaikan, en Minato-Ku, Tokio, Japón. ¿Y ahora qué?  No es el momento de descansar aún, es necesario aclimatarse a las siete horas de diferencia con respecto a España y tenemos ante nosotros toda una megalópolis de 13 millones de habitantes por visitar y con muchas cosas que ofrecernos, así que... ¿a qué estamos esperando?

Así pues, ya libres de tener que cargar todo el rato con las maletas, y con el estómago lleno tras comer en un local de curry muy cercano al hotel, el primer sitio que nos disponemos a visitar en la recientemente elegida sede olímpica del 2020 es el barrio de Shinjuku, el principal centro administrativo y comercial de la ciudad. Ya al llegar comprobamos lo inmensamente grande que es su estación de trenes, una de las que mayor densidad de viajeros tiene en todo el mundo con más de 3 millones al día, y bajo la cual bulle un verdadero laberinto de tiendas, restaurantes y locales comerciales en el que es facilísimo perderse (algo que comparte con otras estaciones del país).

El rascacielos del Gobierno Metropolitano. Por alguna extraña razón, aquí es donde siempre empiezan las invasiones alienígenas y / o ataques de monstruos a Tokio...



 Vistas desde el mirador del rascacielos del Gobierno Metropolitano

Y naturalmente, una de las visitas que no podían faltar en este barrio es su famoso rascacielos del Gobierno Metropolitano, uno de los edificios más reconocibles de la ciudad, con sus 48 plantas en total y que se divide en dos torres a partir de la planta 33, en lo alto de cada una de las cuales hay sendos miradores. Nos subimos al del edificio sur (creo recordar) y desde allí pudimos contemplar las espectaculares panorámicas de la ciudad que llegan, literalmente, hasta donde alcanza la vista y más allá. No, no pudimos ver el Fuji, no sé si desde la torre a la que nos subimos era o no visible, y en cualquier caso el clima no acompañaba. Estuvimos paseando un rato por allí, disfrutando de las vistas y curioseando en las tiendas de recuerdos... y hasta nos dio la vena de cumplir con toda una frikada" como la de hacernos unas fotos Purikura en la máquina que también había allí arriba.

¿Que qué es eso de las fotos Purikura?  Básicamente viene a ser como las máquinas de fotomatón de toda la vida, con la diferencia de que las fotos que puedes hacerte en ellas son adhesivas, y además puedes decorarlas a tu gusto con fondos, corazoncitos, estrellitas y mil y una opciones entre las que el novato, incluso sabiendo japonés, puede perderse muy fácilmente, ya que son tantas que para cuando te has decidido, el tiempo, que está limitado, se te echa encima y prácticamente tienes que elegir deprisa y corriendo. O eso es lo que nos pasó a nosotros al menos. Aunque el resultado no quedó mal del todo, por mucha frikada que resulte, no deja de ser un recuerdo simpático de nuestra visita. 


Carteles de propaganda de la candidatura olímpica, ahora ya innecesarios. ¡Enhorabuena!


Y también en Shinjuku es donde, por pura casualidad, localizamos un sitio en el que pudimos cumplir con otro de nuestros planes frikis: ¡una cafetería de gatos! Porque ya teníamos claro desde antes de venir que, si encontrábamos una, la visitaríamos sí o sí, teníamos bastante curiosidad por entrar en un sitio de estos... y Laura, que (¿quizás por su condición semiélfica, que le ha dotado de una especie de sexto sentido gatuno o algo así? xD)  parece tener un radar biológico que le permite detectar cualquier presencia felina o cualquier cosa relacionada con gatos en un amplio radio de distancia incluso allá donde un ser humano normal no se daría cuenta, pronto dio con el cartel de una de estas peculiares cafeterías, la Calico Cat Cafe. Y por supuesto, al final no pudimos resistirnos a la tentación de entrar, por mucho que ya estuviéramos empezando a notar el cansancio en el cuerpo...


Podéis leer la crónica de nuestra visita en el blog de Laura, sobre lo que dice ella no tengo gran cosa que añadir, excepto un apunte a título de curiosidad. Y es que, al entrar, la chica que estaba en recepción, al ver que éramos extranjeros, al principio nos atendió en inglés... pero cuando yo le respondí en japonés no os hacéis una idea de la expresión de felicidad y alivio que se dibujó en su cara, puesto que, según me dijo, el inglés no le gustaba y no se le daba bien. Es curioso, porque muchos japoneses (no todos, como veis) suelen tener cierta reticencia a hablarle en japonés a un extranjero incluso aunque dicho extranjero conozca el idioma, y tratarán de seguir hablando en inglés (incluso a pesar de que en muchos casos se les da fatal). Quizás por la propia sorpresa de ver a un gaijin hablando su idioma, que ellos consideran extremadamente difícil de aprender, y también por la timidez y reserva que los japoneses suelen mostrar hacia los occidentales. Es algo que, si vais allí, seguramente experimentaréis también. Pero como he dicho hay de todo en todas partes, y desde luego en el caso de esta chica, al hablarle en japonés realmente vio el cielo abierto, la cara que puso no se me olvidará nunca. 

Al margen de esto, la experiencia en sí de estar en el Cat Cafe de marras es, ni más ni menos, tal como lo relata Laura en su blog. No sé si es que tuvimos mala suerte o qué, pero lo cierto es que, muy a pesar nuestro, los gatos que había allí (muchos y de todo tipo y variedad) pasaban de todo y de todos, y tratar de acariciarlos o jugar con ellos, o que al menos te hicieran algo de caso, era una tarea más bien ardua... a no ser, eso sí, que tuvieras comida para darles, porque desde luego, de tontos no tienen un pelo los mininos, no... xD

Tras seguir dando unas cuantas vueltas más por Shinjuku, al final volvimos al hotel y esta vez sí, ya para descansar, que bien merecido lo teníamos.

Un matsuri en las cercanías del rascacielos del Gobierno Metropolitano
 



Vistas de los rascacielos y las luces de Shinjuku


Otra calle de Shinjuku. Fijaos en la maraña de cables telefónicos.

 Al día siguente, 3 de agosto, por la mañana fuimos a Shibuya y estuvimos también por allí dando una vuelta, viendo la famosa estatua de Hachikô y recorriendo varios de los principales centros comerciales de la zona, entre ellos el archiconocido Shibuya 109., en el que entramos a curiosear y estuvimos de hecho un buen rato, subiendo incluso hasta la última planta. Demasiado "fashion" para mi gusto, todo hay que decirlo, aunque como visita también fue algo digno de mención.


 Un cruce de calles de Shibuya, con los grandes almacenes 109 al fondo.

 
 La famosa estatua de Hachikô, el perro más fiel del mundo. Como veis, alguien le había puesto un sombrerito
(¡no fui yo, lo juro! ¡ya estaba así cuando llegué!)

Después de Shibuya nos dirigimos a Harajuku, donde de buenas a primeras fuimos a dar con el que sería el primer templo sintoísta que visitaríamos durante nuestras dos semanas en Japón: el Meiji Jingu, que impresiona ya desde el primer momento que se ve su imponente torii de entrada y posteriormente al adentrarnos en los frondosos bosques que lo rodean. Este santuario y sus jardines son uno de los principales lugares de recreo del centro de Tokio, y desde luego, se merecen una visita bastante más calmada que la nuestra, ya que hay mucho y muy bonito que ver. Aún así estuvimos un buen rato paseando por allí, disfrutando de sus bellísimos e impresionantes jardines, y contemplando a los japoneses realizar la ceremonia de purificación y rezar a los dioses, siguiendo ese ritual que seguramente habréis visto más de una vez (lavarse las manos, echar una moneda como ofrenda, tirar de la campana y dar dos palmadas para llamar la atención del dios y formular el rezo silenciosamente, sin olvidarse de hacer un par de o-jigis (reverencias). Es curioso de ver... y sí, nosotros también lo hicimos, aunque no en ese templo, sino en otro que vimos más adelante. Eso sí, el deseo que cada uno pidió a los Kamis, por supuesto, ¡es secreto!



 Takeshita Doori, en Harajuku.


 Torii de entrada al templo. La primera foto, con un tipo raro ahí en medio estorbando...




Jardines del Meiji Jingu. ¡Preciosos y cuidadísimos! 

  En esta fuente de agua se purifica uno antes de rezar a los dioses. Que si no nos ven presentables, ¡igual no nos conceden nuestros deseos!

Tras la visita al Meiji Jingu, nos dirigimos a la famosa Takeshita-doori, una estrecha calle repleta de gente joven y jalonada a un lado y a otro por infinidad de tiendas, la mayoría de ellas de ropa, y muchas de ellas de estilo "gothic Lolita" y "Visual Kei" (que a ciertas personitas que yo me sé le habrían encantado, seguro...  me acordé mucho de ellas en ese momento ;D). Caminar por allí era algo que había que hacer a paso lento y sin prisas por la gran aglomeración de gente, pero sin duda es una experiencia más que merece la pena. ¡Además he de decir que es un gustazo poder caminar entre la multitud sin tener que estar pendiente en todo momento de tus cosas, sabiendo que nadie te va a meter la mano en el bolsillo, la mochila o el bolso a la mínima que te descuides!

 La calle Takeshita desemboca en la más elegante y refinada Omotesando, que también nos recorrimos hasta llegar al famoso edificio del Laforet (otro emblemático centro comercial de la zona) y desde allí de vuelta a la estación, para seguir nuestra visita yendo a... ¡Akihabara!




Varias imágenes de Akihabara, también conocida como "Akiba"


 Y a fe que la "meca de la cultura otaku", como la denominan en la Wikipedia, no decepciona, desde el primer momento se nota que estás allí. No hay más que ver la infinidad de tiendas de electrónica, los mega-centros recreativos, los carteles y anuncios de anime y las chicas en cosplay que se encuentra uno prácticamente a cada paso que das. Es un ambiente único que no creo que en otro sitio fuera de Japón pueda verse, y dan ganas de ponerse a hacer fotos y no parar hasta que la cámara eche humo.

Y sí, también había maids promocionando con sus voces chillonas los locales en los que trabajan, los Maid Café o bares de cosplay.  Concretamente a una de ellas me acerqué para pedirle (por supuesto en el japonés más correcto y educado que fui capaz de articular) que me dejara hacerle una foto, a lo que muy cortésmente me respondió que no era posible. Se ve que, imagino que por razones puramente comerciales, tienen prohibido dejarse hacer fotografías en la calle, así que no insistí más aunque me quedé muy con las ganas. Por cierto, por si os lo estáis preguntando... no, no entramos en ningún local de esos, aunque también habría sido una experiencia curiosa... pero es de imaginar que ya fue suficiente con el bar gatuno.

Podéis llamarme hereje si queréis, pero me fui de Akihabara sin haber comprado nada de tecnología, ni de manga, ni anime, ni videojuegos, ni nada parecido; lo único que me llevé de allí fue un adaptador de corriente para poder enchufar los cargadores. Hay tantas tiendas que para comprar algo hay que ir con las ideas muy claras y estar dispuesto a pasarse largos ratos mirando escaparates y preguntando aquí y allá, y a nosotros ya se nos había hecho de noche y apenas teníamos ganas de otra cosa que no fuera cenar (en un local de la misma Akiba) y volver al hotel, y eso es lo que hicimos. Esta primera visita, digamos que fue de tanteo, pero seguramente en otro viaje posterior dedicaré más tiempo a aprovechar lo mucho, y sin duda muy bueno, que este particular barrio tiene para ofrecer.

Siento no poner más fotos, pero es que si no no acabaría nunca... de todos modos, más adelante subiré más entradas con fotos para seguir ilustrando lo que se escape ahora, así que no os preocupéis, que aún veréis más, mucho más. De momento aquí lo dejamos, no cambiéis de Katsu-canal...  y estad muy atentos a la próxima entrada, porque la visita del dia siguiente fue muy especial para mí.

Próxima entrega: La visita al museo Ghibli

1 Comment:

Semi_Lau dijo...

Las cigarras, no te olvides de las cigarras :P

 

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